Tuvimos cinco guerras internacionales y al menos una guerra civil profunda (la de Reforma), nos empobrecimos y nos matamos.

Como otras [sociedades] tenemos antepasados que fueron imperio, el nuestro un poco más sanguinario que otros. A resultas de esta crueldad, los otros grupos indígenas prefirieron nuevos amos, y apoyaron lo que ahora llamamos la Conquista. Sin embargo, junto con ese imperio destruido, desapareció de golpe toda construcción social autónoma, sobre la que se instaló una muy diferente, la que venía de España. Como nos lo ha recordado recientemente Lorenzo Meyer, durante los tres siglos en que fuimos colonia española, nunca hubo una verdadera ocupación. En el momento de mayor auge de los españoles, llegaron a ser cosa de 30 mil, en un territorio con varios millones de indígenas. Cómo es que los miles controlaron a los millones en época de escasa superioridad militar, es un misterio sobre el que podemos especular. Tal vez por ello se guardó tanto rencor que Hidalgo dejaría escapar en su ataque a Guanajuato, y que no volvería a controlarse sino hasta la instauración de un nuevo régimen, el oaxaqueño, más de medio siglo después. En esos años de falta de régimen, pero sobrados de gobiernos, perdimos medio territorio (sin contar Centroamérica, que también había sido parte de México), tuvimos cinco guerras internacionales y al menos una guerra civil profunda (la de Reforma), nos empobrecimos y nos matamos. En pocas palabras, México, que era el más probable candidato a potencia a fines del siglo XVIII, en menos de 100 años se había convertido en seguro perdedor.

A la salida de Díaz, la matanza de nuevo. Y sobre ella, un nuevo régimen. Los sonorenses, ganadores de la guerra civil, inician sin embargo con un acuerdo escrito por otros, por Carranza y secuaces. Optan entonces por no hacer mayor caso de lo escrito, y México sigue, como en toda su existencia, dependiendo de reglas nunca escritas, por lo que el poder sólo existe para los que las conocen e interpretan. Ochenta años después, México es un país conformado por personas que, al socializarse, aprenden que el poder está concentrado, que las reglas no se escriben, que las decisiones las toman otros, y que la resposabilidad es de otros. Claro que el régimen de la Revolución fortaleció esa construcción social, pero esto ocurrió porque había buenas raíces. Desde el "acátese, pero no se cumpla" hasta "el que no transa no avanza", no hay mayor evolución. Si al final del siglo XVIII México tenía todos los requisitos materiales para ser una potencia, en la parte sociopolítica, en las definiciones verdaderamente importantes para el largo plazo, no teníamos nada que hacer. Hoy, al inicio del siglo XXI, nuestro poder material es significativamente menor (a pesar del petróleo), y no hemos podido corregir nuestros defectos sociales y políticos.

Macario Schettino
(v.pág 11 de Ocho Columnas del 25 de marzo de 2002).

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